Se definía como un "traidor a la música clásica", aunque en realidad fue uno de los primeros que apostó a readecuarla a un sónido más terrenal. Capaz que la frase que mejor identifica lo que Pin significó para el resto del país, salió de su propia boca: "Me tocó ser el representante de los músicos clásicos a los cuales les gustaba tocar progresiva pero no podían hacerlo porque se les habría coagulado la sangre del miedo". Se bancó el miedo y se convirtió en el violín más recordado de la cultura rock vernácula. Tanto así, que avanzar más allá de su nombre suele ser tarea complicada si intentásemos enumerar violines roqueros en nuestras pampas.
Su curriculum advierte más de treinta discos editados (entre propios y participaciones), algunos de ellos, obras fundamentales de nuestra música popular y una etapa alrededor del mundo en donde su selló arrasó las fronteras territoriales casi con la misma intensidad con que había destrozado las artísticas. Fue uno de los primeros hippies en aquellas comunidades que florecían en La Plata y El Bolsón. La dificil situación del país lo eyectó a tierras francesas e inglesas y allí, luego de experimentar los años duros de vivir "a la gorra" y dormir en la calle, se codeó con los más renombrados nombres del rock mundial. Formó sus bandas, grabó sus discos y emprendío lentamente un regreso al país que se iba a concretar finalmente a comienzos de los noventa.
Siguió enamorando con su música y su simpleza hasta que un infausto accidente en bicicleta puso punto final a la magia, una tarde del año 2003, mientras naufragaba olvidado por la mayoría de aquellos que siempre dijeron adorarlo.
Jorge Pinchevsky, "Pin" como lo llamaban sus amigos. Un tipo que supo hallar la forma de romper moldes y estructuras cuando el simple hecho de intentarlo podían traer aparejado consecuencias atroces.