17 may 2012

ATAHUALPA Y TANGUITO EN EL SIGLO XXI


La conexión entre la Argentina de 1972 y el Nimel del 92 resulta tan extraña de imaginar como las distancias aparentes entre los personajes que condensan su accionar a partir de esos paisajes. Se cumplen 40 años de la muerte de Tanguito y 20 de la partida de Atahualpa Yupanqui, dos figuras centrales de la música popular argentina que, pese a su aparente distancia, encuentran puntos en común con cientos de jóvenes que hoy los reivindican como referencias ineludibles de los sonidos que circulan como epocales a comienzos de la segunda década del siglo XXI.
La cultura argentina esta construida sobre una base de impurezas que explica, en gran parte, su riqueza y originalidad. No es raro, encontrar en la historia de la música popular argentina variables que comienzan con la imitación gestual y derivan en la adopción de elementos para su posterior apropiación y desarrollo. Ese ha sido, básicamente, el desarrollo a lo largo de su historia.
Atahualpa es una referencia obligada en la música argentina, en su historiografía, sus vertientes y rincones más inhóspitos. Su puntilloso trabajo etnográfico y sus desarrollados dotes de trovador convierten a su obra en uno de los paradigmas más importantes de la música popular del continente. Sus canciones han recorrido el mundo y siguen siendo interpretadas por cientos de artistas que van desde Mercedes Sosa, Los Chalchaleros y  Horacio Guarany, pasando por Andrés Calamaro, Divididos y Enrique Bunbury hasta llegar a  Marie Laforêt y Mikel Laboa. Lo de Tanguito tiene componentes relacionados con el misticismo, con el halo de misterio creado alrededor de su figura de alma mater del rocker modelo argentino. Pero, más allá de eso, el autor de La Balsa tiene una incidencia casi decisiva en una de las patas de la historia a la que estamos haciendo referencia. Las grabaciones que sobreviven de Tanguito lo certifican. Más allá de la influencia mutua reconocida por la camada iniciática de roqueros nacionales, son esos registros en donde Iglesias parece marcar rústica y experimentalmente gran parte de los baluartes rítmicos y armónicos que luego desarrollarían Moris, LittoNebbia, Spinetta y compañía. Al igual que Yupanqui investigó a partir de sus vivencias en el paso andariego por los suelos de la patria (el inistía en que “el folclore es lo que el pueblo aprende sin que nadie se lo haya enseñado porque no hay conocimiento sistematizado ni metódico”) Tanguito hizo de su propia vida una experiencia creativa. Una experiencia que lo convirtió en uno de los primeros trovadores jóvenes de su época. Un tipo que comprendió absolutamente todo, menos la manera correcta de còmo no inmolarse. Esa vida lo llevó a ser un mito, pero también a ser uno de los fundadores de un género único en el mundo como lo es nuestro rock, creado a partir de la mixtura y la hibridación permanente.
En los últimos años, estas características de hibridación se han ubicado nuevamente en el centro de la escena de la mano una camada de artistas que generacionalmente son hijos del rock pero que desarrollan su actividad retomando corrientes tradicionales no sólo del país, sino de todo el continente e, incluso, tomando elementos tradicionales de alrededor del globo.  Esa posta que recupera a Tanguito y Atahualpa recompone también el concepto de tradición y lo alejo de la figura anquilosada de los relatos intocables y las prácticas ancladas en la repetición. Lo explica en periodista Ezequiel Graciano en su libro “Cancionistas del Río de La Plata”: “lo que algunos prefieren llamar tradición (es) una palabra que literalmente significa “entrega”. La experiencia del pasado que una generación le entrega a la siguiente, sujeta a una geografía, en lenguaje y una historia en común. Esto es un pasado, si, pero también un futuro posible. Por eso, la herencia no es una carga estanca, sino que se modifica de acuerdo a las necesidades y las contingencias de un pueblo en cada una de sus circunstacias. Y un pueblo no es una abstracción inasible, sino un conjunto de personas atravesando contingencias tan reales como los trabajos, los viajes, el amor y, hoy mismo, hasta la Internet.” En ese futuro posible y en ese pasado están las huellas de Tanguito y Atahualpa. Tan distantes y tan cercanos.