8 dic 2009

IMPUNIDAD...esa costumbre

Sólo se vieron algunas comparaciones a la pasada. Este no "otro caso de inseguridad" al estilo mediático. Se trata de la inseguridad más real y perpetua que exsite en nuestro país. Esa inseguridad propicida por aquellas instituciones anquilosadas que dicen vivir velando por nosotros. Pasan los años y las historias se repiten. Y se repiten de manera constante, sólo que tenemos que llegar a las últimas consecuencias, a las más terribles, para que el vaso rebalse y alguien pare la oreja.
La irresponsable actividad de las fuerzas de seguirdad en los recitales (en general, pero en los estadios y en las bailantas en particular) es algo demasiado común para ser tolerado con tanta naturalidad. A Walter Bulacio lo habían reventado en la 35ta. pero la corporación azul (y la complicidad política, claro está) mantuvo la impunidad intacta (estamos en condiciones de enfrentar un juicio oral casi 20 años más tarde). A Rubén Carballo le rompieron la cabeza, le partieron el craneo y lo dejaron tirado. La excusa era la misma, se había querido "colar". Nadie pudo explicar cómo un chico de 17 años, con la entrada en sus bolsillos intenta colarse a un recital y se cae de un tapial (poniéndo en riesgo esa vida que hoy le terminaron de arrancar). Bulacio merodeaba, se había querido colar, era un violento. Todas mentiras, para justificar una violencia injustificable.
Los monos de azul no están allí para darnos "seguridad", están educados par contestar monosilábicamente y para vengarse de todos los maltratos a los que ellos mismos han sido expuestos durante su formación prehistórica*. Un chico que anda por la calle, un joven que se divierte en un boliche, un pibe que está por entrar a un recital...víctimas fáciles destinadas a morir impunemente. Siempre fue así, los maltratos no trascienden jamás, porque no "llegan a mayores" pero existen todo el tiempo. El viernes, cuando hacía el trayecto que me depositaría en el recital en que Luis Alberto Spinetta se reencontraría con la historia, un uniformado palmeaba a la persona que estaba delante mío y le decía mirándolo friamente a los ojos: "dame el encendedor ¿qué me miras? ¿sos vivo? dame el encendedor o te reviento". Esas palabras, que pueden resultar tan sorprendentes como me parecieron a mí en ese momento pueden servir de ejemplo para ver cómo actúan estas fuerzas que dicen estar allí para velar por nuestras vidas y nuestra integridad. Lamentable.
Otra vez, tenemos que llorar a un pibe que cometió el crimen de haber ido (querido ir) a un recital de rock. Y que, más allá del desborde que se puede haber ocasionado en aquella puerta, no tenía por qué correr la suerte que corrió. Pésima suerte. La de ser la gota que rebalsa el vaso de animaladas de la más triste costumbre nacional: la represión policial.

* Sin duda la generalización no es buena y falta a la realidad. Pero a experiencia reciente esta marcando lo contrario. Haganse las salvedades necesarias en dicha afirmación.

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