5 jun 2009

UNA BOCANA DE AIRE

(el regreso de Almendra)

Desde el 24 de Marzo de 1976, cuando el golpe militar más sangriento del siglo XX se asentó en las instituciones de nuestro país, la cultura rock y los jóvenes en general comenzaron a atravesar (como todo el país) una de sus etapas más duras.

Al encarar el campo de acción (lo que ellos entendían como campo de batalla) los militares pusieron el ojo en la juventud. En palabras del el sociólogo Pablo Vila en su trabajo “Rock en Argentina. Crónicas de la resistencia juvenil”, una nueva figura aparece con la argentina del proceso: “Surge el joven-sospechoso, debido a que la mirada y el discurso han unificado los dos términos, neutralizando la oposición de los mismos. El ser joven "remitía" a 'lo delictivo', pero no exclusivamente a lo delictivo determinado de acuerdo a una caracterización legal, sino mezclado con 'lo conspirativo', con las 'cosas raras': una imprecisa potencia disolutoria.” Esa potencialidad que las cúpulas evidenciaban como propia en los jóvenes, intento ser controlada de manera inmediata desde las esferas ubicadas en los ministerios públicos. Así, los militares trabajaron fuertemente en una reglamentación que iba dirigida de manera directa a ese sector en el que encontraban un elemento de “alta peligrosidad”. La Universidad, los medios de comunicación, las esferas culturales, la industria discográfica, las redacciones, las editoriales, todos aquellos sectores que podían o tenían la capacidad de influir sobre la juventud, eran adoctrinados para actuar en un sentido que sonaba al unísono del clarinete y las marchas militares.

Durante los primeros días de los militares en el país, más allá de vivencias y sentimientos personales, los referentes de la cultura rock y su cúmulo de seguidores no se sintieron directamente perjudicados. Pese a un par de shows suspendidos (“por seguridad”), quienes sobrevivían a las razzias en los recitales, observaban un ejercito montado a la salida de los espectáculos, eran requisados de manera abusiva y trasladados en colectivos junto con decenas de jóvenes para averiguar antecedentes no veían en aquellos primeros meses un cambio significativo con respecto a lo que siempre había pasado. Claro que las cosas se endurecieron y rápidamente se comenzó a sentir: las permisiones que las fuerzas de seguridad se daban en los operativos, los traslados, las requisas, las preguntas… algo había cambiado.
Para la lógica de la dictadura había una relación entre movimiento de rock y subversión, la cuestión era desarticular el circuito de los recitales, dado que éste era el ámbito privilegiado de constitución del "nosotros" del movimiento. Pablo Vila reconoce que la práctica disuasiva que los militares llevaron a cabo en este ámbito comenzó, como recién evidenciaba, con una aparente indiferencia para seguir con una serie de pequeños movimientos que tendían a “boicotear” espacios de encuentros de menor envergadura para así ir sembrando la sensación de inseguridad y temor permanente. La bomba de gases lacrimógenos que explotó en medio de un recital del grupo Alas en 1977, responde a este tipo de “operaciones menores” que daban cuenta de la intolerancia que se comenzaba a explicitar. La “marca” dejada en los recitales más chicos, siguió con un aumento significativo del accionar militar represivo durante las previas y a las salidas de los grandes recitales que se organizaban en el Luna Park, para luego seguir con las “recomendaciones” que las fuerzas de seguridad hacían a los dueños de los locales para que no contrataran artistas de cual o tal tipo debido a su supuesta inconveniencia. Todo este accionar, fue obligando a los músicos a refugiarse en algunos centros periféricos de resistencia, sino en escuelas y en sindicatos. Muchos, cansados o amenazados, fueron lentamente expulsados al exilio.
1979 sería el año en que el rock comenzaría a resurgir de sus propias cenizas. Y nada mejor para eso que volver a la génesis de las cosas. Almendra y Manal, dos de las bandas que integraban la trilogía inicial de la historia del género en nuestro país anunciaron su regreso. Mientras tanto, Moris volvía de su exilio en España para una gira nacional. La vuelta de Manal y Almendra significaban, desde la previa, el regreso a escena de los grandes colectivos compuesto por dos generaciones de jóvenes que se movilizaban por la vuelta de ambos grupos. Las fuerzas de seguridad se encontraron de repente con un espectáculo inimaginado meses atrás. Treinta y un mil personas se congregaron en los recitales que marcaron la vuelta al ruedo de la banda liderada por Luis Alberto Spinetta. Quienes tuvieron la suerte de presenciar alguna de aquellas seis presentaciones fueron ferozmente requisados a la entrada del estadio, las fuerzas de seguridad habían desplegado un operativo de magnitudes impensadas para la época. El comando anti-drogas se había preparado especialmente para la situación. Durante las salidas volvieron a aparecer las viejas postales de colectivos plagados de jóvenes demorados rumbeando hacia la comisaría más cercana (o quién sabe a dónde) por averiguación de antecedentes, posesión de estupefacientes, o por simple precaución, el “joven sospechoso” del que hablaba Pablo Vila se hacía presente. El regreso de Almendra significaba, al menos en lo simbólico, la reapertura de aquellos caminos que la cultura rock había comenzado a trazar desde sus comienzos. Un cierto aroma a libertad resurgió por esas noches de Obras Sanitarias. Emilio Del Guercio (bajista del cuarteto) le comentó a Eduardo Berti para su libro “Spinetta. Crónicas e iluminaciones” que los conciertos tuvieron “razones extra musicales. Las cosas estaban tan mal entonces que necesitábamos recordarle a la gente que habíamos estado en otro momento mejor y que Almendra había sido parte de ese momento. Queríamos golpear, producir un efecto de shock tocando esas canciones. Tal vez suene un poco omnipotente, pero la gente vinculada a nosotros lo precisaba. Ahora que estamos en democracia podemos ver esto con otra perspectiva pero acordate que en esa época se había producido un gran adormecimiento en la gente.”
Durante los recitales, la banda estrenó un cuatro de canciones que luego iban a confluir en un trabajo en vivo y otro en estudio. Las compocisiones elegidas se enclavaban en lo profundo de la realidad nacional y, al estilo de Almendra, denunciaba mientras volvía a abrir las puertas en el camino de la liberación. La realidad no era igual a la de los finales de la década anterior (cuando el grupo se había formado), diez tormentosos años regados de sangre y un par de oscuras experiencias personales habían trastocado la cabeza de los músicos. Eso aparecía en las letras y la gente captaba el mensaje a la perfección. Al fin y al cabo, el tiempo había golpeado a todos de una manera similar. En “Vamos a ajustar las cuentas al cielo”, Spinetta canta ante la ovación del público: “Vamos a ajustar las cuentas al cielo./Ya lo sé,/el tiempo me dará la razón/ya es hora/de que las cosas cambien”
En “Hilando fino” el panorama era aún más claro, la letra puede, mirándola un par de décadas más tarde tener un destinatario preciso. Una canción de amor con fragmentos más que interesantes a la hora del análisis. Spinetta nunca habla de sus temas, pero acá podemos encontrar un perfil, un personaje, atrás en el tiempo, omnipresente en el imaginario argentino de la época. “Hilando fino/tu sueño murió/tus puertas se abren/debes seguir o volverte (…)
No hay un corazón/ que quiera una guerra/con nuestros hermanos/ni loco/ni soñando.”
En “Jaguar herido” está quizás el testimonio de época del flaco Spinetta. Obviamente, no de manera directa, un tema plagado de metáforas, a su manera, pero echando mano a un recurso que ya había usado Gieco en su “Tema de los mosquitos” y que un año después Miguel Cantillo utilizaría en “La jungla tropical”. El represor aparecía en este caso en la figura del cazador. “El cazador esta muerto/entre mis manos/pero al luchar/sus balas me quemaron” arrancaba el tema para luego narrar una historia donde la sangre y la violencia aparecen en primerísimo plano.
Más de setenta mil personas juntaron los Almendra en su gira alrededor del país. El aire que se comenzaba a sentir diferente. Las denuncias internacionales por violaciones a los derechos humanos comenzaban a recaer fuertemente sobre la Argentina. Los logros deportivos que se habían obtenido durante 1978 y 1979 se iban disipando. Las “locas de la plaza” tomaban cada vez mayor visibilidad pública. Todo el mundo tenía algún conocido, algún vecino, algún compañero de trabajo o de colegio del que no se conocía su paradero. El plan económico comenzaba a derrumbarse. La juventud, y la sociedad toda, iba perdiendo lentamente el miedo.


También publicado en El mundo entre las manos virtual

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